Archivo Español de Arte 97, 385
enero-marzo 2024, 1418
ISSN-L: 0004-0428, eISSN: 1988-8511
https://doi.org/10.3989/aearte.2024.1418
NECROLÓGICA / OBITUARY

Valeriano Bozal Fernández (Madrid, 1940-2023)

Jaime Vindel1Este texto es resultado de mi contrato Ramón y Cajal (RYC2018-024943-I) y del proyecto de I+D+i “Humanidades energéticas: Energía e imaginarios socioculturales entre la revolución industrial y la crisis ecosocial” (PID2020-113272RA-I00, HUMENERGE), financiado/a por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/ y “FEDER Una manera de hacer Europa”.

Instituto de Historia, CSIC

https://orcid.org/0000-0003-2416-7860

CONTENIDO
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Valeriano Bozal Fernández (cortesía autor)

Hace unos años, a raíz de una investigación que estaba desarrollando sobre la trayectoria del filósofo hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, conocí a Valeriano Bozal, quien me recibió de modo cordial y adusto en su casa para mantener una entrevista en la que deseaba indagar sobre la relación que ambos habían mantenido. Sánchez Vázquez fue un interlocutor relevante para el grupo Comunicación, del que formaron parte el propio Bozal y creadores como Alberto Corazón, en la medida en que promovía una renovación de la estética marxista que, remontándose a la crítica de la alienación del primer Marx, combatía las tendencias más ortodoxas al interior de los círculos intelectuales del comunismo. Para Sánchez Vázquez, como para Bozal o Simón Marchán Fiz, esos escritos de Marx permitían afirmar la singularidad de la experiencia estética como un dominio irreductible a un simple reflejo de la estructura económica y productiva de una determinada sociedad. En Bozal, esta posición, que no le hacía desmerecer el interés por las mutaciones de la tradición realista en el tránsito que vivían naciones como España desde el subdesarrollo al desarrollo (un síntoma de las repercusiones culturales del Plan de estabilización de 1959), se conectaba con una revisión más amplia de la teoría social del arte de un autor como Arnold Hauser, cuya formación se remontaba a los círculos de la república soviética húngara de los años veinte. Además de las reflexiones antropológicas sobre la sensorialidad del Marx de los Manuscritos económico-filosóficos de 1848 (según las cuales, la historia del capitalismo ha despojado a los seres humanos de la riqueza y la pluralidad de sus sentidos para reducirlos al sentido del poseer), Bozal incorporó a su aparato teórico las aportaciones de la lingüística, el estructuralismo, la fenomenología y la semiótica. Al dotar de esta complejidad al “giro sociológico” (la expresión es de Paula Barreiro) de la teoría y la historia del arte, Bozal trataba de situar los estudios artísticos críticos de la España franquista al compás de las corrientes intelectuales internacionales, pero además (o, sobre todo) intentaba otorgar a aquellos una mejor orientación en la nueva composición subjetiva de los conflictos socio-políticos que atravesaban esa coyuntura de época.

Bozal distaba enormemente de ser un agente externo a dichos procesos históricos. No podía serlo, dada su condición de “compañero de viaje” (el concepto lo empleó él mismo en reiteradas ocasiones) de la evolución del Partido Comunista de España. El grado de compromiso que asumían este tipo de sujetos críticos es difícil de concebir para los historiadores de mi generación. Cuando le envié los resultados parciales de mi investigación sobre Sánchez Vázquez, se produjo uno de los hechos más insólitos de mi carrera científica. Durante mis pesquisas en el Archivo General de la Administración había dado con los expedientes de la Oficina de Enlace del Ministerio de Información y Turismo. En efecto, Bozal y José María Moreno Galván eran espiados por la dictadura franquista por sus actividades supuestamente subversivas. Entre los papeles, encontré un informe con fecha del 19 de enero de 1967 relativo a la presentación del libro de Bozal El realismo entre el subdesarrollo y el desarrollo (1966), publicado por la editorial Ciencia Nueva, en la que dos años más tarde compilaría una serie de escritos sobre arte de Marx y Engels. En mi ingenuidad anacrónica, presumí que se habría tratado de una presentación semi-clandestina, donde habrían acudido personas más o menos afines ideológicamente, entre los que se habría infiltrado un miembro de la policía secreta del régimen. Pero no era así. Tras hacer una atenta lectura del texto, Bozal me escribió señalándome su contrariedad e inquietud ante el hecho de que esa presentación se había realizado en su domicilio. Desde hacía días, me confesaba, no dejaba de repasar mentalmente las personas que allí se habían congregado, todas ellas, en un grado u otro, de su círculo de confianza.

En todo caso, estas trayectorias intelectuales y andanzas personales no agotan la memoria de un intelectual como Valeriano Bozal. Era eso y mucho más: erudito del arte occidental, estudioso de géneros desatendidos en las aulas universitarias como la caricatura, editor de la prestigiosa editorial Antonio Machado o instigador de proyectos tan relevantes para el impulso de nuevas generaciones de historiadores e historiadoras del arte como la revista La Balsa de la Medusa, fundada en 1987. Por esa época Bozal se había distanciado de sus preocupaciones anteriores para adentrarse en las aportaciones de la dialéctica negativa y la escuela de Frankfurt, en sintonía con un giro adorniano de la historia del arte que, como ha destacado John Roberts, fue un rasgo distintivo de un periodo, el tránsito entre los años ochenta y noventa, donde permanecer críticamente en la disciplina ante la nueva alianza entre las instituciones artísticas y el mercado, pasaba a menudo por refugiarse en la especificidad de las obras de arte como resistencia y negación del sensorium de las mercancías capitalistas. Durante esos años Bozal retornó también a la obra de Kant, según se puede comprobar en sus trabajos sobre estética y teoría del gusto. Más allá de estos vericuetos circunstanciales, toda su carrera se encuentra atravesada por la ambición no solo por hacernos reflexionar sino, como ha recalcado Aurora Fernández Polanco, por hacernos mirar de otra manera: de ahí su insistencia en superar una historia del arte basada en los estilos para re-enfocarla desde la perspectiva de la sensibilidad (algo que aplicó a sus trabajos sobre Goya y el gusto moderno).

Por supuesto, no se trata de idolatrar su figura. La renovación de las narrativas de la historia del arte propuesta por Bozal durante los años sesenta y setenta no atendió a las aportaciones que ya por entonces se estaban gestando en ámbitos como la crítica feminista y ecologista. En esto también fue un hombre de su tiempo. Pero en su favor hay que decir igualmente que, durante su etapa en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, favoreció que en torno suyo florecieran voces que cubrían esos territorios aún inexplorados. Por lo demás, señalar ese tipo de límites, que nos afectan a todos y todas, no debe impedir subrayar un aspecto de la obra de Bozal que, en mi opinión, conserva todo su interés y actualidad. Me refiero a la defensa del intelectual desde una perspectiva neo-gramsciana. Aunque probablemente estemos felizmente vacunados contra los peores efectos de la vinculación orgánica de los intelectuales con determinadas siglas partidistas (como la supeditación a las directrices, a menudo tiránicas, de las organizaciones políticas), lamentablemente en demasiadas ocasiones arrojamos al niño con el agua de la bañera, renunciando de antemano a considerar la función de críticos e historiadores del arte en la construcción de proyectos culturales potencialmente hegemónicos. Por contraste, durante el inicio de la Transición del franquismo a la democracia, Bozal publicó un libro, titulado El intelectual colectivo y el pueblo (1976), en el que apostaba por un modelo de intelectual radicalmente diferente y que da cuenta de la versatilidad de su pensamiento. La figura que allí trama, inspirada en el filósofo y militante sardo, nos recuerda la diferencia existente entre un académico (historiador del arte o del tipo que sea) y un intelectual. El primero aspira a hacer avanzar su disciplina. El segundo, a transformar la sociedad promoviendo, desde la especificidad y multiplicidad de sus saberes, una nueva conversación pública sobre los asuntos que nos son comunes y urgentes. En su homenaje a Bozal, Fernández Polanco recogía estas palabras pronunciadas durante un encuentro por el destinatario de esta necrológica: “La vida hay que encararla de modo acorde al como si kantiano. Actuar como si no supiéramos el final inevitable”. Todo un mensaje contra la fatalidad y la resignación que atraviesan el tiempo presente, marcado por una emergencia ecosocial que parece representar el tiempo del fin por excelencia y nos enfrenta a retos civilizacionales aún mayores que los heredados del siglo XX. La vida de Bozal se resistió a asumir lo inevitable del final, aunque fuera consciente de que este más tarde o más temprano llega. Para quienes nos acercamos a él, es una exigencia estar a la altura de ese legado.

Nota

 
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Este texto es resultado de mi contrato Ramón y Cajal (RYC2018-024943-I) y del proyecto de I+D+i “Humanidades energéticas: Energía e imaginarios socioculturales entre la revolución industrial y la crisis ecosocial” (PID2020-113272RA-I00, HUMENERGE), financiado/a por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/ y “FEDER Una manera de hacer Europa”.